Cuando tratas de generar relaciones, seas o no seas consciente, estás construyendo puentes o muros. Estos determinarán la evolución de las mismas, su potencial y su utilidad. Que conste que he dicho utilidad y no rentabilidad, que son cosas muy diferentes. Hacerlo siendo conscientes de lo que estamos creando nos permite dirigirlo hacia nuestros objetivos o que la semilla se tenga que buscar la vida para sobrevivir si puede. Un profesional no se puede permitir esos lujos si quiere ser eficaz en lo que hace.
Ya expliqué que las relaciones no llueven atardecer ni florecen cuando llega la primavera. Son un rascacielos que hay que construir, y para ello es imprescindibles disponer de unos planos. Saber poner los cimientos desde el principio es esencial para que soporte toda una vida. Ir poniendo ladrillo a ladrillo, generando puentes hacia los demás, sin prisa pero con la meticulosidad del artesano. Eso es lo que hará que esa construcción sea sólida y consistente. No requiere lujos pero si estar en los detalles.
Sobrevivir como forma de vida
Como estas cosas no las enseñan en los colegios por el momento, crecemos como podemos sobreviviendo a lo que venga. En virtud de nuestras vivencias y profesión vamos generando cientos de contactos a los que vamos dando ciertos privilegios de acceso a nuestra intimidad. Eso no lo hacemos por manual sino por intuición. En principio vivimos abiertos al mundo tendiendo puentes a todo el mundo. Pero en ese camino, sin esperarlo, aparecen ciertas experiencias que nos hacen daño. Son personas que se aprovechan de nosotros y nos hieren. Ahí empezamos a endurecernos y crear capas que nos protejan. Derribamos los puentes y nacen los primeros muros. Desde ellos pretendemos defendernos ante los posibles nuevos ataques que puedan aparecer. No es que seamos protectores, sino que no queremos sufrir mas. Pero no somos conscientes de lo que esos muros nos roban en silencio.
Cuando la piel es machacada por los factores externos, se endurece. No hay mas que ver la de los agricultores que pasan la mayor parte de su vida ante las inclemencias del tiempo. Su piel va dejando de ser fina y frágil para tornarse a dura. insensible y agrietada. Pues los seres humanos pasamos por un proceso similar. Ante las adversidades de la vida, nos vamos endureciendo e insensibilizando.
La protección del muro
Y cuando esos factores externos, lease personas sin escrúpulos, se aprovechan de nosotros, sufrimos. Ese sufrimiento da lugar a la rabia en unos casos, o a la indignación o resignación en otros. Con ello llegamos a conclusión de que no queremos pasar por esas situaciones y habrá que protegerse para la próxima vez.
Por cada muro que construimos, se derrumban cien puentes.
Lo malo no es construirlo, sino que no somos conscientes de todo lo que perdemos al hacerlo. El puente ofrecía la visita de los demás, invitaba a que se acercaran, que entraran y se sintieran bienvenidos. El muro transmite desconfianza, recelo, vigilancia, protección y defensa. Por supuesto, impide que otros entren a nuestro interior y nos dañen. Pero también que vengan a aportarnos valor, ya que no pasará nadie que no hayamos autorizado. Y para ello tendremos que estar seguros que se ha ganado nuestra confianza y no vienen a robarnos o hacernos daño de alguna forma.
La maravilla de los puentes
Los puentes generan amistad, cercanía, relaciones, oportunidades. Los muros distancia.
Crear puentes es un hábito que nos expone, permitirá que en algún momento otros desalmados se vuelvan a aprovechar de nosotros y robarnos o pegar fuego a nuestras cosechas. Cierto. Pero por cada uno que lo haga, habrá cientos que vendrán a aportar valor compartiendo sus vivencias, experiencias o conocimientos. Cada uno de ellos nos hace crecer y mejorar como personas y como profesionales. ¿Tu crees que merece la pena derribar esos puentes para sembrar nuestra vida de muros? Mi experiencia me dice que no.
Yo tendía puentes, y con lo que sufrí decidí quitarlos y poner muros. Os aseguro que la soledad de vivir en un castillo vacío es terrible. Nada enriquece ni mejora lo que hay de puertas para adentro. Y tal como le pasa al agua de un charco, lo que se estanca, se pudre.
El paso de crear muros a tender puentes cambió mi vida
Hace casi tres décadas comprendí que me estaba perdiendo lo mejor. No podía compartir mis talentos ni aprender de lo que me podrían aportar los demás. Hoy tiendo puentes como forma de relacionarme. Puentes que me sirven para transmitir confianza y me llevan a aportar valor a todos cuantos puedo. Si hago balance de lo vivido en este tiempo, la conclusión es que merece la pena y mucho. Tengo miles de relaciones de las que he aprendido todo lo que sé. Las he tratado de enriquecer y aportar tanto valor como he sido capaz. Y me han hecho mejor persona. ¿No es eso motivo suficiente para que compense?
Derriba tus muros. Siembra cosechas de puentes.
Une tu isla voladora con cientos de otras islas. Arriésgate a relacionarte sin fronteras, sin torres de vigilancia. Comparte y deja que te compartan. Da por hecho que te van a herir en algún momento, pero también que te van a aportar miles de veces mas. No dudes. Te doy mi palabra que compensa. Créeme. Y si no me crees, arriésgate a probar por ti mismo y comprobarás que me quedo corto.